La escalera del éxito

A menos que aprendamos a apreciar el fracaso desde el punto vista divino, nos desanimaremos y sentiremos que no valemos nada... Leer más

Las olas daban con ímpetu contra el barco y lo lanzaban de un lado a otro. El agua furiosa rodeaba a los discípulos mientras en medio de la oscuridad de la noche trataban desesperadamente de remar hacia el otro lado del lago. Antes de concluir ese viaje, Pedro llegaría a lo más alto de su fe para luego ser sumergido en las olas de la duda. Jesús había dicho a sus discípulos que se adelantaran. Ahora venía hacia ellos caminando sobre el agua.

“¡Un fantasma!”, gritaron llenos de terror, pero Jesús los consoló inmediatamente diciéndoles que no había que temer. Entonces Pedro hizo una petición valiente pero atrevida:

“Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas” Jesús respondió: “Ven”.
Mateo 14:26-29

En un segundo, Pedro saltó del bote y camino hacia Jesús. ¡Literalmente caminó sobre las olas! ¡Imagine su emoción, que conmoción! Pero muy pronto una ola de temor lo sobrecogió en el mismo instante en el que comenzó a preocuparse por el fuerte viento que lo azotaba y comenzó a hundirse. “¡Señor, sálvame!” Pedro exclamó con terror. Inmediatamente Jesús extendió su mano y lo sacó del agua y lo reprendió:

“¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” Mateo 14:30-31

Pedro comenzó hundirse cuando dejo de ver a Jesús y empezó a temer las circunstancias que lo rodeaban. No fue sino hasta después de fracasos como éste que Pedro aprendió una lección de vital importancia: Debía reemplazar el temor con la fe.

La verdad es que Pedro necesitaba madurez… estabilidad… dirigir su vida no por la pasión, sino por la fortaleza y la paz que brotan por la seguridad que tenemos en el plan perfecto de Dios y Su presencia en nuestra vida.

El apóstol Pedro falló no una, ni dos, sino repetidas veces… y en diversas ocasiones.

“Fracaso”. Se trata de una realidad que todos queremos evitar a toda costa. ¿Por qué entonces Dios no elimina el fracaso? Si lo hiciera, no sólo ahorraríamos mucha energía, si no que la reputación de Dios se elevaría. ¡Qué solución tan fácil! Si Él es el Todopoderoso, ¿por qué no lo hace? Obviamente la solución de Dios para el fracaso no es librarnos de toda posibilidad de fracaso, sino refinarnos a través del horno de fuego del fracaso.

A menos que aprendamos a apreciar el fracaso desde el punto vista divino, nos desanimaremos y sentiremos que no valemos nada. El Señor permitió que cuatro de sus siervos más prominentes Pedro, Pablo, Abraham y Moisés experimentaran el dolor y la humillación de grandes fracasos con el propósito de revelar se verdadero carácter y refinarlos para usarlos en su servicio.

“He aquí  te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción”.
Isaías 48:10

 

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